El tabaco incrementa un 35% el riesgo de sufrir cáncer de riñón
El cáncer de riñón es uno de los tumores que sigue en aumento. Es el tercer tumor urológico más frecuente tras el de próstata y vejiga. Una de sus causas es el tabaco, pero también tiene un componente hereditario.
Desde 1975 hasta la actualidad se ha duplicado el número de casos que se detecta actualmente: de los 7 casos por 100.000 habitantes de entonces a los 12/100.000 en 2006. “Esta incidencia creciente tiene su origen en que la tasa de detección es ahora mayor pero también los son los factores de riesgo. Uno de ellos, el tabaco, puede incrementar hasta un 35% el riesgo de desarrollar este tumor respecto a los que no fuman”, asegura el doctor José Manuel Cózar, del Grupo de Urología Oncológica de la Asociación Española de Urología (AEU).
Componente hereditario
Aunque puede manifestarse en cualquier etapa de la vida, el pico de incidencia se localiza entre los 50 y 75 años. Su detección suele ser casual y viene motivada porque el paciente se somete a una exploración médica por otra dolencia. Aparece en dos hombres por cada mujer y aunque no se conocen las causas, el doctor Cózar señala que la enfermedad tiene un componente hereditario.
“Parece demostrada la relación de este tumor con una alteración genética presente en algunas familias que se asocia con un desarrollo más frecuente de este tipo de cáncer. Estudios epidemiológicos demuestran que la incidencia puede aumentar de dos a tres veces en adultos con historia familiar de esta enfermedad”, explica este especialista del Servicio de Urología del Hospital Virgen de las Nieves de Granada.
También deben tenerse en cuenta los factores de riesgo asociados a la dieta y los estilos de vida. Al mencionado tabaco, este experto añade por un lado la obesidad y el alto consumo de dietas saturadas, y por otras determinadas condiciones laborales y ambientales.
Las personas que trabajan con pinturas, disolventes o sustancias como el cadmio o el asbesto propios de industrias como la del automóvil están en contacto con factores cancerígenos que pueden aumentar el riesgo de desarrollar la enfermedad.
Diagnóstico precoz del cáncer de riñón
La detección precoz no es fácil, ya que la sintomatología (presencia de sangre en la orina, dolores, pérdida de peso, sensación de haber desarrollado una masa, etc.) suele manifestarse cuando el tumor ya ha adquirido un gran volumen. En los últimos años se ha producido un importante avance en el diagnóstico de este tumor.
Hasta hace unos años lo más frecuente era detectar la enfermedad en fases avanzadas o incluso metastásicas; sin embargo en la actualidad gracias a los nuevos avances en las técnicas de imagen el diagnóstico es mucho más temprano.
El empleo de la ecografía abdominal y de otras técnicas han hecho posible que se detecten tumores cuando son de un tamaño significativamente menor.
Plazo de supervivencia
La mayor o menor supervivencia del paciente dependerá de la fase en que se detecte la enfermedad y de la gravedad de la lesión local cuando se produce el diagnóstico.
Cuando el tumor está confinado al riñón y es menor de 7 centímetros, en más de un 90% de los casos el paciente vive al cabo de 5 años. Si el tumor se extiende más allá del riñón, la supervivencia a los cinco años oscila entre el 40 y el 70%.
Los expertos señalan que este tumor tiene un comportamiento biológico totalmente impredecible: en cualquier momento puede producirse una metástasis, incluso en tumores pequeños confinados al riñón al existir una diseminación vascular a partir de micrometástasis que en ocasiones no es posible detectar.
El doctor Cózar aclara que cuando se produce metástasis a los cinco años sólo sobrevive un 10-20% de los pacientes. “Para determinar el grado de respuesta al tratamiento los expertos contamos con una serie de factores pronósticos. Por ejemplo, la respuesta a los nuevos fármacos disponibles variaría dependiendo de si al paciente se le extirpó previamente el riñón (nefrectomía), lo que en este caso supondría una mejor respuesta a la medicación. Otro factor pronóstico clave es el estado general del paciente. Lógicamente a medida que el paciente acumula factores de mal pronóstico la supervivencia estimada va reduciéndose”, señala.
En los casos de tumores localizados y menores de 4 centímetros se extirpa sólo el tumor. Con las nuevas técnicas se han incrementado las indicaciones de las nefrectomías parciales (extirpación parcial del riñón) o tumorectomía (extirpación sólo del tumor) bien por cirugía abierta o bien por laparoscopia. Para casos muy concretos, se estudia la utilización de técnicas menos invasivas como la crioterapia o la radiofrecuencia.
Nuevos tratamientos para el cáncer de riñón
Hasta hace poco, para el cáncer de riñón metastático, sólo se contaba con agentes biológicos modificadores de la respuesta inmune, que son la interleucina-2 (IL-2) y el interferón (IFN).
“En fases avanzadas”, explica el doctor Cózar, “la cirugía es insuficiente y es preciso entonces un tratamiento adyuvante con estos medicamentos inmunoterápicos por vía subcutánea. El propio paciente se la puede inyectar en su domicilio a modo de insulina e incluso por vía inhalatoria. Sin embargo, la respuesta no va más allá de un 15-25%. De ahí la necesidad de identificar y desarrollar nuevas moléculas capaces de frenar la metástasis”.
Ahora se han desarrollado nuevas moléculas diseñadas para actuar sobre la angiogénesis. Es éste un proceso de desarrollo de vasos sanguíneos, que juega un papel importante en numerosas enfermedades. En él es clave el denominado factor de crecimiento endotelial vascular (VEGF), una proteína que estimula el crecimiento, la supervivencia y la proliferación de las células de los vasos sanguíneos.
Evitar que la metástasis siga creciendo
“Estas terapias diana actúan directamente sobre la célula tumoral inhibiendo bien factores de crecimiento del endotelio vascular (VEGFR por sus siglas en inglés), bien factores de crecimiento derivados de las plaquetas (PDGFR)”.
Estos tratamientos impiden la formación de nuevos vasos sanguíneos que alimentan al tumor deteniendo así su desarrollo. Sorafenib y sunitinib son los dos primeros medicamentos con este mecanismo de acción y ya están disponibles en Unión Europea y Estados Unidos. Está previsto que en breve estén igualmente aprobados en España.
En la práctica, utilizar un tratamiento antiangiogénico consigue evitar que la metástasis siga creciendo. En caso de que la enfermedad no esté tan avanzada esta estrategia reduce el riesgo de la metástasis. La intervención sobre la angiogénesis en combinación con la inmunoterapia podrían mejorar la supervivencia e incluso aumentar la tasa de curación en muchos pacientes.
Fecha de edición del texto: 3 de enero de 2007