Julio Llamazares descubre su alma de escritor en un encuentro con el Club de Lectura de Torrelodones

Días después de presentar su libro El viaje de Don Quijote, con motivo del IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, Julio Llamazares participó con una entretenida charla informal y llena de anécdotas en una reunión del Club de Lectura de Torrelodones. Sus comentarios literarios y su humor irónico cautivaron a los asistentes hasta el final. En la actualidad está trabajando en la segunda parte de su libro de viajes Las rosas de piedra, sobre las catedrales de la mitad norte de España, y quiere completarlo con las catedrales de la mitad sur.

Julio Llamazares en Torrelodones

Arancha Sánchez, Julio Llamazares y Marisol Benet presentaron un ameno encuentro informal que ayudó a entender en profundidad la obra de este escritor, el primer autor de prosa poética en España.

Julio Llamazares se considera un poeta, vocacional, melancólico y, sobre todo, honesto. “Escribo como si yo fuera mi único lector. Lo que no me gusta, no lo escribo. Parto de una idea difusa, de una frase, y a partir de ahí desarrollo el resto”.

Así se ha definido el escritor en un acto organizado por Marisol Benet, la hermana del escritor Juan Benet, con la que le une una gran amistad, y Arancha Sánchez-Apellaniz, escritora y responsable del taller de Lectura de Torrelodones que se celebra quincenalmente en la Casa de la Cultura.

Arancha Sánchez, quien calificó al escritor de hombre divertido, humilde y humano, señaló la profundidad del tratamiento de los personajes en La lluvia amarilla, con un ritmo narrativo tan pausado que le resulta sorprendente para la edad que tenía (30 años). “Este es el primer libro de prosa poética que se ha escrito en España. Se le ha comparado con Proust y con Virginia Wolf, que dejan a un lado la trama y se meten en sensaciones. Es toda una obra maestra y en España, sin duda, creó un antes y un después”.

“Es que infravaloramos a los chavales de 30 años –respondió el autor-. Tendemos a pensar que alcanzamos la sabiduría con la edad, y no es así. A lo mejor con poco más de 20 años puedes tener los mismos pensamientos en esencia que cuando eres mayor. En el fondo yo llevo toda la vida escribiendo la misma novela pero, como todos los escritores, con variaciones. La trama es secundaria, puede variar a lo largo de tu vida. Lo importante es lo que hay en el fondo, el lenguaje, la reflexión, la poesía”.

La imaginación es la memoria fermentada

Julio Llamazares, escritor.

Julio Llamazares acaba de presentar su libro El viaje de Don Quijote, que reproduce la ruta del Hidalgo de La Mancha que hizo Azorín en 1905.

Julio Llamazares acaba de presentar su libro El viaje de Don Quijote, que reproduce la ruta del Hidalgo de La Mancha que hizo Azorín en 1905.

En sus libros refleja la nostalgia y el paso del tiempo como tema principal. “Más bien es melancolía lo que expreso. El gran tema de la literatura y el arte es el paso del tiempo. Cuando escribes paras el tiempo, es una fórmula para ser inmortal. Si fuéramos inmortales, no escribiríamos. En toda mi obra reflexiono sobre ello, desde que en mi primer libro La lentitud de los bueyes (1979) hablaba del paso de los bueyes del vecino”. Si tuviera que salvar uno de los libros de todos los que ha escrito, reconoce que sería este, por el que siente un especial aprecio.

Llamazares admite que en sus libros de viajes, el protagonista, el viajero es él mismo, pero en las novelas no es así, aunque las escriba en primera persona. Sus protagonistas son fruto de su imaginación. “La imaginación no es más que la memoria fermentada. Yo no he sido ninguno de los protagonistas, aunque algunos sean muy próximos a mí y pude haberlo sido. Cuando te pones a escribir salen cosas que llevas dentro. Hay escenas de frío que he escrito, por ejemplo, que la gente me pregunta que dónde estaba en ese momento porque pueden palpar dicha sensación, y las escribía desde la calle Argensola de Madrid, en pleno verano, con un ventilador”.

Por otra parte, La lluvia amarilla la escribió en un barrio de Chueca de Madrid. “En aquellos años no estaba de moda. En la calle Gravina, debajo de casa, había un cabaret de gays y travestis, llamado Madrid La Nuit. Todas las noches actuaba un travesti que se hacía llamar Paquita, y tenía un quiosco en Chueca donde trabajaba de día. Y siempre recordaré que la canción que más se repetía por la noche era “Si eres mi hombre”, de Sara Montiel. Cuando llegaba el estribillo, temblaba todo el edificio. Pero escribiendo aprendes a aislarte y te concentras. Es como cuando lees o sales del cine, que durante unos minutos tienes la sensación de estar despertando de un sueño. Escribir es pura imaginación, es soñar despierto”.

Una buena novela debe remover las emociones y dejar un buen poso al cabo de los años

Algunos críticos le acusan de que en sus novelas no suceden grandes cosas. “Estamos deformados por el mundo que vivimos, por la televisión, por ejemplo. Para mí la literatura no tiene que entretener, sino que debe remover, despertar las emociones. Una novela es buena dependiendo del poso, de la sensación que te deja cuando te has olvidado de lo que pasaba”.

No obstante, comprende que un libro no es igual para todos. “Nadie lee el mismo libro. Ni siquiera la misma persona que lee un libro en dos momentos distintos de su vida lo lee igual. Un libro es como un espejo delante del lector”. Por eso a él le da miedo leer dos veces el mismo libro, por si le defrauda la segunda vez.

Llamazares busca un paralelismo con la música. “Por ejemplo, una misma canción te alegra si te recuerda el momento en el que conociste a una chica, y te puede poner melancólico años más tarde cuando ya no estás con ella. Lo mismo sucede con un libro, que produce sensaciones contrarias en cada lector. Pero todo el mundo tiene razón con sus interpretaciones y valoraciones. No hay una verdad absoluta. Lo importante son los matices, y hay que dejar que cada uno piense por sí mismo. Hay que sugerir”.

La escritura es un arte solitario, escribimos en la nieve y esta con el tiempo se deshace

El escritor leonés considera que la más solitaria de todas las artes es la escritura. En todas las demás hay un contacto por pequeño que sea: en la música, ves cómo reacciona el público, y un pintor puede escuchar cómo interpretan sus cuadros en una sala de exposiciones. “Pero un escritor jamás sabe lo que opinan cuando te leen”.

En su opinión, la literatura no se plantea si hay vida después de la muerte, tema que aborda la religión, por ejemplo, sino si la hay antes de la muerte. “Ese es el punto neurálgico de la literatura en general, si la vida es un sueño o no”.

Para él el significado de la literatura está resumida en Memorias en la nieve (1982). “Escribimos en la nieve, pero esta se acaba deshaciendo”. Opina que la literatura es algo que se debe degustar, «tienes que sentir algo similar a cuando metes los dedos en un enchufe, que te da calambre. Si no da calambre, no es literatura. Las palabras son cantos rodados que pulidos son piedras preciosas. Y ese es el trabajo de los escritores, hacer piedras preciosas”.

La lluvia amarilla, monólogo del último habitante de Ainielle ante las puertas de la muerte

El libro con el que más identificada está su obra es La lluvia amarilla (1988), un monólogo del último habitante de Ainielle, un pueblo abandonado del Pirineo aragonés, marcado por la soledad, la lluvia incesante, la frialdad de la nieve y las evocaciones del protagonista en las puertas de la muerte. Todo ello narrado de una extraordinaria forma melódica y poética, que hace sentir en tu propia piel la visión fantasmagórica del pueblo. Para escribirlo, se inspiró en el pueblo de Sarnago, uno de los muchos pueblos sorianos deshabitados. En él habla de un tema desolador: el fin de la España tradicional, la tristeza de los pueblos abandonados.

“Mientras la costa se llena y tiene cada vez más gente, hay zonas de España en la que la nada es absoluta. Tenemos más de 10.000 pueblos abandonados y ningún político habla de ello ni toma medidas”, se lamenta. Con la lluvia amarilla utilizó una gran metáfora, que da lugar a múltiples interpretaciones.

El autor explica que puso a propósito una imagen polisémica de título, con muchos significados, para que el lector interpretara. «El paso del tiempo es una lluvia invisible que va dejando todo amarillo al cabo de los años, los papeles, las fotos… La gente, cuando abandonaba sus casas, tiraba las llaves junto a las cenizas de los suyos. Veinte años más tarde, entrabas en ellas y te encontrabas con el bote de Colacao encima de la mesa. El argumento de este libro responde a una pregunta que me hacía cuando me impregnaba de sensaciones al visitar los pueblos abandonados ¿Qué pensaría la última persona que vivió aquí?”.

Las lágrimas de San Lorenzo, buscando a un Dios en el paso del tiempo

En Las lágrimas de San Lorenzo, se acabó planteando si no será Dios el tiempo. “Porque yo me pregunto si no estaremos buscando a Dios por todos los caminos y resulta que es el tiempo, que se nos va de las manos. Nos pasamos la mitad de la vida perdiendo el tiempo y la otra mitad recuperándolo”.

Desde su punto de vista, cuando uno escribe, lo hace sobre vidas que no ha podido vivir. “Y es que la vida es fruto del más puro azar, desde la vida de tu padre, la de tu abuelo, hasta el encuentro de Adán y Eva.

Por ello, Las lágrimas de San Lorenzo nació pensando en las circunstancias azarosas que pueden hacer cambiar la vida. Cuando llegó a Madrid, le ofrecieron irse de lector a una universidad italiana, a Bari, pero nunca llegó a ir: “¿y si yo me hubiera ido a vivir a Italia, cómo habría sido mi vida?”, se pregunta con curiosidad.

Hablando de casualidades, entre tantas anécdotas curiosas y divertidas que compartió y que le definen como un hombre sencillo y natural, comentó cómo un día coincidió en el metro, en plena hora punta, con una señora que estaba leyendo un libro con la cubierta forrada. La tenía tan cerca, que pudo reconocer el texto que él había escrito. Era uno de sus libros. “No supe qué hacer. Me dieron ganas de decirle quién era, pero al final me pareció que era vanagloriarme. Pero cuando salí del metro, subiendo las escaleras, coincidí con ella. Sin pensarlo, intenté decírselo y la toqué en el hombro, pero la señora se llevó tal susto que se distanció y salió corriendo. Esa señora nunca sabrá que la persona que la asustó, por casualidades de la vida, era el autor del libro que estaba leyendo”.

El impacto del Embalse de Porma en la obra de Llamazares

Julio Llamazares es licenciado en Derecho, pero su pasión por la escritura desde que era niño le ha hecho triunfar como escritor y periodista. “Me recuerdo escribiendo de toda la vida, desde los siete años, y eso que en el pueblo donde vivía no había libros. Escribir es una labor que requiere un gran esfuerzo, pero es una vocación. Yo no sabría hacer otra cosa”.

Nacido en el pueblo de Vegamián (León, 1955), en el término municipal de Boñar, donde su padre trabajaba como maestro, vivió de cerca las inundaciones de las aguas del río Porma para construir un embalse en 1968, teniendo que trasladarse al pueblo de Olleros de Sabero. El hecho de que varias vías de comunicación quedaran sumergidas llevó al aislamiento de algunos pueblos, lo cual desembocó en su abandono por parte de sus habitantes. Y esta circunstancia se ha visto reflejada en varios de sus libros. “Ahí fue cuando empecé a tomar conciencia de lo que supone un embalse para la población. Cómo cada uno miramos el agua desde una experiencia”.

Julio Llamazares y su primer encuentro con Juan Benet

Julio Llamazares y Marisol Benet

Julio Llamazares conserva una gran amistad con la hermana del escritor Juan Benet, Marisol, y estuvieron recordando viejos tiempos en un ambiente divertido y relajado.

Julio Llamazares conserva una gran amistad con la hermana del escritor Juan Benet, Marisol, y estuvieron recordando viejos tiempos en un ambiente divertido y relajado.

Coincidencias de la vida, las obras de la presa de Vegamián fueron llevadas a cabo por el ingeniero y escritor Juan Benet (1927-1933). Por este motivo, tras su muerte, el embalse del Porma, que sepultó el pueblo de Llamazares, pasó a llamarse Embalse Juan Benet. Fue en estas tierras donde estuvo trabajando en las que Benet escribió su novela Volverás a Región (1967), levantando un territorio mítico e impreciso de la Cordillera cantábrica.

Una vez que finalizó su trabajo en León, en 1966, Benet se trasladó a la sierra de Madrid, y se instaló en su casa de campo de Zarzalejo. Recuerda Llamazares que allí precisamente tenía una ventana del pueblo de Vegamián.

Marisol Benet habla de su hermano Juan

Marisol Benet, amiga y ferviente seguidora de Llamazares, cuenta que su hermano tenía mucha curiosidad por conocerle, porque le admiraba como escritor. Sin embargo, él reconoce que nunca disfrutó de su amistad, quizá influido desde el principio por las obras que hizo en la presa de Porma y por las primeras palabras que le dirigió cuando le conoció.

Llamazares recuerda con sarcasmo e ironía su primer encuentro con Benet: “Quería conocerme, yo era un chaval de 28 años y él tenía unos 60. Entonces me pareció muy mayor. Nos presentaron y, con ese aire arrogante, e incluso a veces impertinente, que tenía en público, me dijo: O sea que tu eres escritor gracias a mí”.

Pero el rechazo causado por este comentario inoportuno, que en el fondo piensa que lleva razón, quedó difuminado cuando le conoció más en profundidad. “Había dos Benet: uno cuando iba acompañado de su séquito, se venía arriba y era como un pavo real; y otro cuando estaba él solo, más humano y muy cariñoso”.

No obstante, en los años 80 trabajó en un programa de televisión para escritores. Un día llevó a Juan Benet y se tomó su revancha delante de las cámaras y de los espectadores, preguntándole en la entrevista: “Y usted, como escritor, ¿resucita de día lo que sepulta por la noche?”.

 

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